Habrá que decidir qué gafas utilizamos para mirar hacia el futuro. Durante los últimos años, y muy especialmente en los primeros momentos de esta larga crisis, llegamos a pensar que gestionar equivalía a un mero ejercicio contable. Tengo la intuición de que esto ha cambiado. En el futuro que se asoma, saber combinar el corto, el medio y el largo plazo será una ventaja competitiva. El futuro que imagino es un territorio extenso, y no será suficiente con calcular una zancada, sino el recorrido de largo aliento. Tendremos que aprender a convivir con la mirada estratégica de forma permanente, y dotarnos de agilidad suficiente para saber enderezar el rumbo cuando las señales lo indiquen.
La mirada hacia el pasado puede parecer una provocación en estos tiempos que corren, donde el afán principal consiste en entender los “qués” y los “cómos” de un futuro que no termina de mostrar a las claras todas sus cartas. Por eso me propongo hacer uso de la mirada retrospectiva sólo en caso de máxima necesidad, a modo de salvoconducto cuando todo lo demás está perdido.
Éste es el caso: éste es el momento de usar la Historia para sacudirme un poco el peso de la incertidumbre. Una parte de la Historia que, aunque reciente en términos cronológicos, parece remota.
Una imagina el futuro como un personaje travieso, que juega a ser esquivo con los datos y con las certezas, y casi cada día, nos ofrece una nueva versión de sí mismo: noticias de tecnologías rupturistas que transforman los sistemas productivos y retan los límites de la naturaleza humana (fascinantes post-humanos diseñados para vivir más de 150 años, por ejemplo), países que emergen súbitamente en el mapa de la competencia mundial, nuevas dinámicas de cooperación a las que se contraponen medidas de control y supervisión para la protección de mercados (o territorios) internos… ¿Será un futuro de países o de multinacionales? ¿Será un futuro guiado por el conocimiento o el resultado de un algoritmo incomprensible dado por la combinación de cantidades inabarcables de datos que nosotros mismos generamos? ¿Cómo se definirán las nuevas ventajas competitivas entre empresas, y cómo la posición o ventaja comparativa, entre territorios? ¿Qué lugar podemos aspirar a ocupar, como empresa, como país, como ciudadanos y ciudadanas? ¿De qué van a vivir las nuevas generaciones?
Mi consuelo principal ante este mar de dudas y posibilidades, a veces contradictorias entre sí, suele ser mirar hacia otros momentos de la Historia en los que otras personas supieron encontrar algo de luz.
Antes de seguir leyendo, permíteme un inciso. Me dedico a ver estas cosas desde una cierta distancia; como consultora, a veces me preguntan, y a veces contesto. No llevo sobre mi espalda, por ejemplo, una cuenta de resultados, ni unas decenas de nóminas que pagar a fin de mes. En este viaje de prospección hacia el futuro, podría decirse que voy ligera de equipaje. Esto viene bien a veces, porque me permite mirar con cierta libertad; y es contraproducente otras muchas veces, porque lo que intuyo no recoge con el detalle necesario todos los matices e implicaciones. En efecto, este párrafo de excusa quiere decir, estimado lector o lectora, que asumo el error de mis intuiciones, y que no pido disculpas por él, sino por el atrevimiento. Dicho queda.
Bien-estar y bien-común
Richard Morris Titmuss (1907 – 1973) fue uno de los pioneros en el estudio e investigación de los importantes cambios sociales que en su época desconcertaban a las sociedades recientemente industrializadas y crecientemente desiguales. Hay quienes, con cierta generosidad, consideran que este caballero es padre de las Políticas Sociales, al menos en su formulación académica, en reconocimiento a su aportación para entender la siempre compleja relación entre la economía (bien-estar) y la política (bien-común), una cuestión que seguimos sin resolver. Fue polémico y generó debate entre los académicos y políticos de su tiempo, y probablemente se equivocó en muchas ocasiones. Pero dejó algunos retazos de pensamiento que conviene recuperar.
Titmuss no vivió la era de la digitación masiva, ni la globalización, ni la creciente presión sobre los recursos naturales ni, en definitiva, ninguno de los factores que hoy sacuden cualquier intento por entender el futuro. No le tocó nuestra época, pero le tocó en suerte otra en la que también parecía que el futuro se aceleraba de forma incoherente; un tiempo de enormes transformaciones sociales, económicas y sociales. Y dejó escrito entonces: “Sin saber nada del viento y las corrientes, sin algún sentido de un propósito, los seres humanos y las sociedades no se mantienen a flote durante largo tiempo, moral o económicamente, limitándose a achicar agua”.
El viaje hacia las ventajas: se trata de decidir
Creo que de eso va este viaje: de entender, para poder definir los propósitos (los formulo en plural de forma consciente, ya encontraremos después el común denominador) que nos ayudarán, no sólo a mantenernos a flote, sino a seguir avanzando en el proceloso mar del futuro cambiante.
Necesitamos conocer qué ocurre en la parte alta de la atmósfera, donde se gestan las nuevas tormentas. Hay una capa ahí arriba que nos indica que el futuro del empleo está en entredicho, porque las nuevas realidades económicas pueden llegar a generar valor, pero no necesariamente puestos de trabajo. En un reciente estudio sobre el futuro del trabajo, desde Davos nos advirtieron que las y los trabajadores del futuro deberán encontrar sus ventajas profesionales en una cualificación más “software” que “hardware”. ¿Nos estamos preparando para este enorme reto? Dudo.
Y también tenemos que entender qué fenómenos se van creando bajo la superficie, qué nuevas corrientes harán cambiar los mapas de navegación en el futuro. Observo con mucho interés cómo está evolucionando la autodenominada “economía colaborativa”, porque intuyo que de esta evolución surgirán tendencias (producción, uso recursos, canales de participación…) que impactarán en otros negocios y sectores que todavía hoy se sienten alejado de esta ola. Quedan aún muchas líneas de guion por escribir en esta historia, y muchos personajes que todavía no se han personado en escena, pero el movimiento ha comenzado, y convendría mantener la atención sobre él. No todas las re-evoluciones son evidentes cuando comienzan a gestarse.
En definitiva, como ya nos advirtió Titmuss hace casi un siglo, debemos conocer el terreno en el que nos adentramos para saber establecer qué pertrechos necesitaremos en la singladura.
Lástima que sea un territorio sin cartografiar. Esto le da emoción a la aventura, ¿no es cierto?
Algunas señales empiezan a ser visibles. Como los antiguos discos de vinilo, el futuro tiene cara A y cara B, y ambas son inseparables. No cabe la posibilidad de quedarnos con las ventajas y descartar sus consecuencias. Lamento ser agorera, pero todo parece indicar que quienes no sepan prepararse para las primeras están llamados a cargar con las segundas. Visto así, parece que es importante dedicarle un tiempo a reflexionar sobre estas cosas…
Cada tiempo ha tenido que gestionar sus propias contradicciones, y la Historia nos enseña que en todas las transformaciones existen oportunidades y enormes riesgos. Es un relato de éxitos y de fracasos. Hubo quien debió decir si salir de la comodidad de sus explotaciones ganaderas y adentrarse en la nueva economía que florecía en las ciudades, industrial, altamente demandante de un tipo de empleo hasta entonces desconocido, y paulatinamente más y más tecnificada. Algunos acertaron, y otros no.
Algunos pueblos decidieron, con la lógica de lo que conocían, descartar el paso del ferrocarril por sus tierras, porque no entendían las hipotéticas ventajas de aquellas máquinas surcando sus paisajes y rompiendo su calma. En Gipuzkoa, Beasain apostó por hacerse con aquella infraestructura, a pesar de las incógnitas y de los temores. Habrá quien piense que una de las empresas más exitosas de Euskadi, CAF, surgiera de esta localidad es sólo una coincidencia.
La Historia también nos enseña que cada época considera sus retos como algo excepcional, único. “Nunca antes en la Historia…” es el comienzo de muchísimos estudios en diferentes momentos históricos. Tendemos a olvidar la lección en cuanto nos enfrentamos a un nuevo temario.
Como otras muchas veces antes de ahora, por lo tanto, se trata de resolver con cierto arte las contradicciones de esta época. Hay muchas, por supuesto, pero si me lo permiten, voy a quedarme sólo con dos de ellas, con el único interés de provocar, cuando menos, la reflexión.
¿De lejos o de cerca?
Habrá que decidir qué gafas utilizamos para mirar hacia el futuro. Durante los últimos años, y muy especialmente en los primeros momentos de esta larga crisis, llegamos a pensar que gestionar equivalía a un mero ejercicio contable: sumar beneficios, restar gastos, buscar el máximo provecho de estas operaciones y cerrar con brillo el ejercicio. Tengo la intuición de que esto ha cambiado. En el futuro que se asoma, saber combinar el corto, el medio y el largo plazo será una ventaja competitiva. El futuro que imagino es un territorio extenso, y no será suficiente con calcular una zancada, sino el recorrido de largo aliento. Tendremos que aprender a convivir con la mirada estratégica de forma permanente, y dotarnos de agilidad suficiente para saber enderezar el rumbo cuando las señales lo indiquen. Las capacidades tradicionales de los equipos de dirección de una empresa, por ejemplo, tendrán que reforzarse con una visión estratégica, de gran angular, que permita captar la información de una red de sensores de negocio mucho más compleja que la que hasta ahora hemos venido desplegando. Contar con estas capacidades será imprescindible, y por lo tanto, habrá que decidir si cada empresa desarrolla las suyas propias o apuesta por un modelo de cooperación multi-sector, multi-agente y multi-territorial.
¿Beneficio o riqueza?
Pueden parecer compatibles durante un tiempo, pero habrá que decidir cuál es el vector que nos mueve, como empresas, como países o como individuos. La ventaja competitiva residirá en la ética y en la coherencia. Ésa es al menos, mi esperanza. Si he de ser sincera, creo que siempre ha salido a cuenta ser coherente con los valores que nos guían, pero intuyo que en el futuro no habrá lugar para actuaciones guiadas solo por la ventaja del momento. Más que nunca, habrá que responsabilizarse de las implicaciones que cada una de las decisiones tienen sobre el entorno en el que se desarrollan, asumir el coste de las consecuencias que provocamos, que van más allá, mucho más allá, del resultado de un año fiscal. El concepto de la sostenibilidad nos calará profundo en los huesos, y solo quienes sean capaces de combinar la búsqueda de resultados sobre esta base serán capaces de generar riqueza. Para que esto ocurra, es imprescindible que la ciudadanía sea exigente con el cumplimiento de estándares y que actúe en consecuencia, penalizando los, lamentablemente, tan abundantes excesos, y premiando las propuestas de valor sostenibles y respetuosas con sus propios valores. Algo me dice que esto ya está empezando a ocurrir. El control ciudadano empieza a mostrarse como un elemento de presión, todavía incipiente, ciertamente, pero potencialmente crítico. No sabemos todavía qué papel regulatorio jugará la denuncia social, pero todo parece indicar que en el futuro será cuando menos arriesgado jugar ciertas partidas a espaldas de la ciudadanía. En un mundo transparente, casi traslúcido, no cabrán los atajos. Amañar el sistema de reporte de gases de combustión pudo parecer una buena idea a corto plazo… el resto, es historia.
Elige tu propia aventura
Cuando era niña, había una colección de libros que te permitía elegir el final de la historia. En el transcurso de los acontecimientos, yo podía dirigir las acciones de los protagonistas; hacer, por ejemplo, que no entrasen en la cueva donde podían encontrar bien el tesoro, bien la muerte. Aquellas lecturas me hacían sentir poderosa, porque me entregaban el control de lo que estaba por ocurrir, el desenlace del cuento, que podía adecuar a mis gustos, intuiciones o apetencias.
El futuro va de eso, de elegir nuestra propia aventura. De acertar al resolver las muchas contradicciones que acompañan a cada una de nuestras actuaciones.
La experiencia me dice que, en general, no improvisamos las decisiones, que existe una línea que da sentido a cada una de ellas, ya sea visible o latente, ya sea consciente o simplemente intuitiva. Esa línea es el propósito (gracias, una vez más, amigo Titmuss), ése que te ayuda a mantenerte a flote y a seguir navegando.
Es probablemente la decisión más difícil de todas, y también la que más vale la pena. Genera vértigo: es inevitable.
Para mitigar este desasosiego, para descartar algunos escenarios de decisión y ayudarme en el propósito correcto, a veces recuerdo otra frase, en este caso de Albert Camus: “Sólo puedo decir que sobre esta tierra hay plagas y hay víctimas, y que, en la medida de lo posible, yo me niego a estar del lado de la plaga”.
Escrito por Pilar Kaltzada.
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