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Homo intrepidus, un nuevo contrincante en la carrera evolutiva

Una reflexión que me hago a menudo es si la persona emprendedora nace o se hace. ¿Es el emprendizaje un gen que se manifiesta sólo en el ADN de algunas personas… o ¿es por el contrario una «habilidad» que se puede adquirir? Si bien los rasgos destacados del carácter de emprendedores de éxito hacen que nos inclinemos a pensar que el emprendedor nace, parece que en ocasiones excepcionales en las que el entorno es adverso como ahora, las personas pueden llegar a desarrollar ese «carácter», lanzándose a la aventura y emprendiendo sus propios negocios.

¿Estaremos pues asistiendo al florecimiento de una nueva especie, más intrépida, valiente y soñadora?

Procediendo como lo hago de una familia en la que ambos progenitores lo han sido, y compartiendo actualmente mi vida con uno, hace tiempo que me vengo haciendo esta pregunta ¿Es el emprendizaje un gen que se manifiesta tan solo en el ADN de algunas personas… o ¿es por el contrario una «habilidad» que se puede adquirir?

Las referencias internacionales de emprendedores de éxito hacen que uno se incline a pensar que, efectivamente, emprendedores suelen ser las personas que poseen un carácter, unos valores particulares y una actitud determinada ante la vida y, en cierto modo, diferentes a las del común de los mortales. ¿Qué comparten un grupo tan heterogéneo como Amancio Ortega, Oprah Winfrey, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg? Por un lado, todos ellos tuvieron una visión, un sueño, una ilusión por alcanzar su objetivo, y por el otro la iniciativa, la resolución, el compromiso y la perseverancia suficientes para conseguirlo. Todos ellos destacan en mayor o menor grado por ser soñadores, creativos y apasionados, y han tolerado el fracaso sin sucumbir a él.

Estos rasgos de la personalidad suelen ser excepcionales entre la población general ya que la educación en nuestro país no los fomenta precisamente. Nos educan para temer el fracaso, para ser racionales en lugar de intrépidos o creativos, y para vivir pegados a la tierra en lugar de soñar y perseguir nuestros sueños. Por lo tanto, y dado que las características que conforman la personalidad de los individuos se desarrollan durante la infancia y se consolidan durante la adolescencia, son pocas las personas que en su edad adulta conservan la creatividad, la pasión y la determinación necesarias para perseguir sus ambiciones. Sería lógico por lo tanto concluir que, una vez alcanzada la edad adulta, serán emprendedores sólo aquellos individuos que, por su tesón, perseverancia y convicción, hayan conseguido resistirse al sistema, eludiendo el «mainstream» para construir su propio camino.

Sin embargo, en el difícil contexto económico actual, se ha dado un fenómeno interesante. Muchas personas, privadas de su empleo o que no han podido encontrar un puesto de trabajo, y que probablemente nunca se hubieran lanzado a la aventura de crear sus propios negocios o empresas en una situación normal, lo han hecho, pese a que el entorno (las entidades financieras, la administración pública etc.) no se lo ha puesto fácil. Muchas veces por necesidad u obligación, o por una convicción durmiente que ha sido azuzada por las condiciones del entorno, estas personas se han liado la manta a la cabeza y han emprendido sus propios proyectos empresariales, convirtiendo su carrera profesional, otrora independiente de su universo personal, en un proyecto de vida. Muchas de ellas por supuesto han prosperado, otras por el contrario, bien por falta de preparación o porque se han precipitado, no lo han hecho. En cualquier caso se han aventurado, lo que nos lleva a pensar que algo en su interior les ha incitado, y que se está produciendo un cambio en las personas y en la sociedad.

Por lo tanto, si bien en circunstancias normales el emprendedor efectivamente nace, existen momentos coyunturales como el actual en los que algunos sujetos humanos comunes se transforman, se reinventan para adaptarse al nuevo contexto, al igual que una especie cuya existencia es puesta en riesgo por los cambios del entorno sufre una mutación que le permite adaptarse a las nuevas condiciones, resultando exitosa en la carrera evolutiva.

Esperemos que esta nueva especie, llamémosle Homo Intrépidus, sea capaz de concebir y dar lugar a nuevas generaciones, que transmitan de esta manera el gen del emprendimiento, evolucionando hacia una sociedad más intrépida, que crea en sus sueños y luche por conseguirlos.

Escrito por Miren Salazar.
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