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Existe vida (competitiva) más allá de la RSC

A lo largo de los años anteriores a la crisis, hemos observado como un gran número de organizaciones apostaban por el desarrollo de actuaciones en favor de causas sociales y medioambientales. Para ello, invirtieron importantes cantidades de dinero en acciones no directamente relacionadas con su ámbito de actividad, en pos de la satisfacción de las necesidades de determinados colectivos o de la mejora del entorno socioeconómico en el que desarrollaban su actividad. Pero, ¿acaso respondían únicamente a una estrategia de marketing en un momento de bonanza económica? ¿dónde han quedado estos valores en la actualidad?

Si preguntamos a un directivo al azar cuál es el principal objetivo de su empresa, un elevado porcentaje, si no el 100%, contestará que la generación de beneficio y la remuneración de sus accionistas. Ahora bien, la discusión se llenará de matices si ante esta respuesta, nos cuestionamos si este debe ser su único objetivo.

Desde que Adam Smith publicara su famosa obra «La Riqueza de las Naciones», la dinámica de mercado (la famosa mano invisible) ha sido la corriente de pensamiento dominante. Sin embargo, con la revolución industrial y el desarrollo de grandes fábricas que acarrearon el endurecimiento de las condiciones de vida de sus trabajadores y la devastación ambiental, surgió en algunos directivos la preocupación en torno a cuáles debían ser los límites de la empresa y el papel que esta tenía que jugar en la mejora de su entorno (educación, infraestructuras, sanidad, etc.).

Aunque es en este punto cuando aparece la figura del empresario-filántropo preocupado por el desarrollo de su comunidad, no es hasta los años 50-60s cuando se comienza a hablar de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) como una nueva área de estudio. Este nuevo concepto, entendido como un compromiso voluntario de la organización que va más allá de las obligaciones legales, se basa en el cumplimiento de una serie de prin–cipios éticos que consagran la sostenibilidad como elemento clave en la gestión de la empresa: «satisfacer las necesidades del presente sin poner en peligro las de generaciones futuras».

La realidad en la que se mueven nuestras organizaciones se ha vuelto, en pocos años, mucho más compleja. La aparición de nuevos sectores de actividad, la multilocalización en países con marcos legales más laxos (medioambientales, laborales y sociales) o la utilización de nuevos métodos de producción, afectan de manera directa a la forma en la que la empresa desarrolla su actividad y plantean nuevos retos éticos a nuestros directivos. Unos desafíos que, debido a la rapidez del cambio, demandan respuestas urgentes.

A lo largo de los años anteriores a la crisis, hemos observado cómo un gran número de organizaciones apostaban por el desarrollo de actuaciones en favor de causas sociales y medioambientales. Para ello, invirtieron importantes cantidades de dinero en acciones no directamente relacionadas con su ámbito de actividad, en pos de la satisfacción de las necesidades de determinados colectivos o de la mejora del entorno socioeconómico en el que desarrollaban su actividad.

La mayor parte de estas empresas mostraban orgullosas el desarrollo de acciones a favor de la comunidad, su apuesta por sus trabajadores hasta configurarlos como elementos centrales de la organización, la utilización de medios productivos con un menor impacto ambiental, o la puesta en valor de principios como la transparencia en la comunicación hacia sus accionistas. Pero, ¿acaso respondían únicamente a una estrategia de marketing en un momento de bonanza económica?¿dónde han quedado estos valores en la actualidad? A día de hoy, la creciente dificultad del tejido empresarial para generar crecimiento económico, mantener el empleo y evitar el cierre de sus organizaciones en un entorno de crisis, y los diferentes comportamientos de los directivos ante esta realidad, han hecho que nos cuestionemos el verdadero objetivo de aquellas iniciativas. Más aún, cuando los abultados salarios de los altos ejecutivos, los despidos masivos y las deslocalizaciones o la sensación de convivencia con la corrupción, están erosionando la imagen de la empresa y del empresariado.

Cuando hoy hablamos de RSC debemos referirnos a compromisos diarios, específicos y medibles con cada uno de los agentes con los que se relaciona la empresa y a la promoción de valores dentro de la organización relacionados con el medioambiente, la apuesta por el desarrollo profesional de los trabajadores, el desarrollo del entorno local o la apuesta por la comunidad bajo el prisma de la transparencia, la solidaridad y la ética profesional.

Es posible que en un entorno de crisis como el actual estos planteamientos acaben siendo, de forma inconsciente, relegados a un segundo plano. Ante esta difícil coyuntura, existe mayor predisposición a «cerrar los ojos» siempre que salgan los números, sin dedicar demasiado tiempo a reflexionar sobre los valores y principios que nos gustaría conformaran el alma de nuestra empresa.

No obstante, dejar al margen la RSC (entendida como un conjunto de principios, valores y compromisos aplicados a la relación con los agentes con los que interactuamos y con el entorno socioeconómico en el que se enmarca la organización) como elemento clave de la competitividad, nos llevará al desarrollo de proyectos con un horizonte limitado, si no a consecuencias negativas difícilmente reversibles.

Si no somos capaces de lograr que esta idea vaya calando en la mente de los directivos actuales y futuros, aspirar a un sistema de bienestar equitativo y sostenible se convierte en una quimera.

Lucía Hidalgo

Directora de Proyectos
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