La competitividad de economías o países pequeños como es Euskadi está muy relacionada con la competencia de sus personas o sus jóvenes, la competitividad de sus empresas y la eficiencia de sus administraciones. Una relación universidad-empresa que permita la generación de conocimiento y su transferencia es primordial para lograr la competitividad de nuestras empresas. Este binomio educación-competitividad debe estar ligado a la transferencia de conocimiento a la empresa, a formar una juventud más competente y con más valores que el resto de países con los que debemos competir.
Si hay un rasgo que definirá los países y economías avanzadas y competitivas del futuro es que desarrollarán productos y servicios intensivos en conocimiento, y creo que esto tiene mucho que ver con el título de este artículo de opinión, “Educación y Competitividad”. A lo largo del artículo se combinan elementos de juicio globales con miradas concretas a nuestra realidad en Euskadi.
La educación, y en gran medida también la competitividad, son dos temas sobre los que la mayoría de las personas nos atrevemos a opinar. Además, en muchas ocasiones somos capaces de analizar concienzudamente los puntos de mejora a introducir en la educación y cómo mejorar la competitividad de nuestra empresa. Opinamos sobre cómo hay que educar, qué es lo importante para que una empresa sea competitiva, nos comparamos con otras realidades, etc.
En definitiva, son dos temas donde casi todo el mundo tiene algo que decir, o como decía un buen amigo mío, “donde casi todo el mundo tiene que decir algo”.
Y aunque en esta introducción parezca lo contrario, deseo destacar lo importante que es que sobre estos dos temas opinemos todos y todas. Es fundamental que la sociedad, la gente, tenga interés por la educación, pues hoy se educan las personas que guiarán nuestro futuro y, cómo no, también es fundamental que la gente se preocupe por la competitividad de nuestras empresas, puesto que éstas serán las que generarán la riqueza que podrá ser luego distribuida e invertida en el desarrollo de una sociedad más justa y equitativa.
Todos y todas nos consideramos personas conocedoras de esto, y por lo tanto eso nos lleva a que educación y competitividad sean temas que de forma separada centran muchas de nuestras tertulias, discusiones, deliberaciones y preocupaciones. Sin embargo, y aunque tienen mucha relación, pocas veces analizamos el binomio educación-competitividad.
En este breve artículo trato de compartir algunas opiniones personales e ideas rescatadas de otros autores sobre las claves del binomio educación-competitividad.
El mundo de la educación es demasiado amplio para abordarlo en un único artículo, por lo que en este caso nos centraremos en lo referente a la Educación Superior y más concretamente en la Universidad. Por supuesto, el principal objeto de la Universidad es la formación integral de nuestros y nuestras jóvenes; tampoco hay dudas de que la Universidad es mucho más que la transferencia de conocimiento al mundo empresarial. El foco de la Universidad también debe abordar ámbitos no tan directamente relacionados con la competitividad empresarial y sí con el progreso social y humano, y, por lo tanto, también deben abordarse investigaciones a largo plazo, propiciando la curiosidad humana por conocer mejor el mundo y a la propia persona.
Así, y reconociendo que la contribución de la Universidad a la competitividad del tejido empresarial o su impacto en la innovación de las empresas sean solo una parte del objeto de la Universidad, éste es lo suficientemente amplio y su carácter estratégico es de tal importancia que merece la pena un análisis específico.
La contribución de la Universidad a la competitividad y el desarrollo regional es un tema que ha sido ampliamente analizado en numerosos artículos y además desde multitud de ámbitos: cultural, artístico, social, etc. … así como desde el punto de vista de su impacto en la innovación en el territorio más cercano y principalmente en las empresas.
Hay bastante consenso en que cuatro son los ámbitos principales en los que la Universidad genera impacto en la innovación empresarial y por lo tanto en la competitividad de las empresas: formación de jóvenes, formación continua, generación y transferencia de conocimiento, y creación de nuevas empresas.
Pero en mi opinión hay un aspecto que se suele olvidar en los cuatro ámbitos, y se trata del alcance. La formación, la transferencia de conocimiento y la creación de nuevas empresas tienen un componente intrínseco local estratégico, es decir que se alimentan unos a otros cuando comparten un espacio geográfico limitado.
Nadie duda de que la competitividad empresarial tiene sí o sí un enfoque global, pero esa competitividad global requiere de presencia en entornos o ecosistemas locales propicios para asegurarla. Ecosistemas locales que integran agentes como Universidades, Centros de Formación Profesional, Centros de Investigación, Centros Tecnológicos, etc. que usualmente compiten a nivel local entre ellos, que compiten por convencer a sus clientes “locales” de que su propuesta es la mejor opción.
Pero también es importante poner el foco en otro lado que no tiene nada que ver con la competencia interna, sino con la competencia externa: la competencia individual de cada empresa será válida solo si como país somos competitivos. No creo que seamos capaces de mantener la competitividad de unas pocas empresas tractoras globales sin un tejido empresarial local de pymes competitivo, sin un tejido donde cada una de las empresas sea competitiva.
En la educación universitaria pasa algo parecido. Por supuesto que cada universidad debe ser competitiva, pero la clave para la competencia de nuestra economía no es la competencia entre las universidades locales, que además creo que es sana y debe de existir, sino que como país estamos compitiendo con otros sistemas de universidades que apoyarán la competitividad de empresas de otros países. Y ésta es una cuestión vital, ya que la competitividad no será medida en términos de empresas tractoras, sino cada vez más en términos de país, región, ciudad, etc. Las empresas más avanzadas, más tecnológicas y más competitivas van a quedarse o instalarse en los países, regiones o ciudades más competitivas, y cada vez se medirán más en función del talento disponible y menos en función del coste de la mano de obra o del coste fiscal del país. Y es aquí donde me gustaría hacer la primera reflexión sobre la competitividad y el papel de la Universidad en Euskadi.
Euskadi es un país pequeño, como una micro-pyme o como mucho una pyme a nivel mundial. En mi opinión la clave principal de la competitividad de las economías o países pequeños como es Euskadi está muy relacionada con tres elementos: la competencia de sus personas o sus jóvenes, la competitividad de sus empresas y la eficiencia de sus administraciones. Y es en las dos primeras donde la universidad y en particular Mondragon Unibertsitatea tiene un papel importante que jugar.
En primer lugar, debería referirme al valor social y empresarial de la investigación. No tengo ninguna duda de que un país avanzado debe impulsar y apostar por la investigación básica, pues bien sabemos que gran parte de los avances de la humanidad han venido precedidos de actividades de investigación básica, de la creatividad y curiosidad de científicos y científicas por entender y explicar el mundo que nos rodea.
Y, por lo tanto, como Euskadi es y quiere ser un país avanzado, deberemos contribuir al desarrollo de ese conocimiento básico. Además, creo que debe hacerse en las universidades, puesto que la investigación es necesaria para la formación de personas de alta cualificación.
Ahora bien, ser un país avanzado, que invierta en investigación básica, que apueste por la ciencia como herramienta de progreso social requiere de un tejido empresarial competitivo que genere riqueza y recursos para invertir en esos desarrollos. Pero un tejido empresarial competitivo a nivel global no se basa solo en lo puntera que pueda ser la ciencia básica en general en su entorno, sino en la capacidad de aplicarla de forma más eficiente, ágil y dinámica que otras empresas y países.
Por lo tanto, una relación universidad-empresa que permita la generación de conocimiento y su transferencia es primordial para lograr la competitividad de nuestras empresas y, en derivada, de Euskadi. En consecuencia, y todavía con más fuerza que antes, deberíamos seguir impulsando un modelo de colaboración público-privado de investigación colaborativa entre la universidad y la empresa. Y en este modelo de colaboración público-privado para la financiación y colaboración universidad-empresa orientada a la generación y aplicación del conocimiento reside parte del éxito de la competitividad de nuestras empresas y nuestro país.
Señalaba al principio del artículo que si hay un rasgo que definirá las economías avanzadas y competitivas del futuro es que desarrollarán productos y servicios intensivos en conocimiento. Si a esto unimos que el mejor modo para trasladar el conocimiento de forma ágil y eficiente no es ni Internet, ni las patentes, sino las personas, es fácil concluir que un segundo elemento referido a la competitividad de las empresas lo constituye la competencia de dichas personas.
Por la aportación que hacen a las personas y por ende a la capacidad de transferir el conocimiento de un sitio a otro, la educación debería considerarse como la primera empresa de un país. Por supuesto una empresa especial, una empresa donde su mayor valor es el valor social.
Y volviendo a hablar de empresas, es conocido que una empresa pequeña o mediana no puede competir haciendo lo mismo que una empresa grande o una gran multinacional. Sin duda alguna, la mediana debe ser más de nicho, más ágil, debe innovar más y readaptarse más rápidamente, puesto que la dimensión en general juega en contra de su competitividad.
Pues eso mismo creo que debemos aplicarnos a las universidades; que es donde nos jugamos una gran parte de la formación y de la competencia de las personas de Euskadi. Nuestra estrategia no puede ser copiar lo que hacen las universidades grandes de los países grandes. No podemos competir con ellas ni en financiación, ni en dimensión, ni en volumen. Pero, siendo tan importante lo que está en juego, tenemos la obligación de competir y de formar a nuestra juventud mejor que esas estructuras, es decir, debemos ser grandes universidades, aunque no seamos universidades grandes.
Por supuesto debemos aprender a colaborar, porque la colaboración nos hará más fuertes. Pero como he dicho, también tenemos que competir, para que nuestra juventud sea más competente que la suya y creo que debemos invertir y competir en nuevos modelos de aprendizaje, en calidad, en especialización, en ser más ágiles, innovar más y aprender a adaptarnos más rápidamente que ellas, a convencernos de que con nuestra dimensión de país siempre hay que ir un paso por delante.
En la experiencia universitaria, en cada disciplina, debemos potenciar lo mejor de cada uno de nuestros y nuestras estudiantes. Euskadi no puede permitirse el lujo de no maximizar el talento joven, de todas y cada una de las personas, si queremos ser una sociedad avanzada con empresas competitivas globales.
En resumen, la relación entre educación y competitividad referido al ámbito universitario tiene al menos dos claves:
Una: la competitividad de las empresas cada vez estará más ligada a la capacidad que tenga la universidad de transferir el conocimiento a la empresa y en la agilidad de ésta en aplicarlo de forma que ofrezca soluciones competitivas a las personas.
Y dos: Euskadi solo será un país competitivo a nivel global si consigue formar una juventud más competente y con más valores que el resto de los países con los que debemos competir.
Escrito por Bixente Atxa, Rector de Mondragon Unibertsitatea
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