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Desde la empresa participada a la empresa competitiva sostenible

Es el momento de profundizar en la humanización de políticas públicas y privadas para que éstas contribuyan a un mundo más justo, equitativo y participativo. La empresa debe adoptar un nuevo rol que combine la búsqueda permanente de la capacidad de competir adecuadamente en los mercados internacionales, con la generación de un proyecto com­partido para las personas de la empresa, a través de la configuración de auténticas em­presas participadas.

El nuevo escenario competitivo internacional y la excesiva duración de la crisis económica y de valores en que se ha instalado la sociedad, han generado un con­tinuodebate y una profunda reflexión sobre el modelo de desarrollo humano sostenible que precisamos para instalar a las personas en el centro de los objetivos de las instituciones, las empresas, las organizaciones sociales, etc. Es el momento de profundi­zar en la humanización de políticas públicas y privadas para que éstas contribuyan a un mundo más justo, equitativo y participativo.

Este nuevo modelo debe ofrecer un marco armónico, que permita responder de forma eficaz a los retos con que nos enfrentamos: dotar de mecanismos que generan riqueza, profundizar en los esquemas de cohesión social, preservar el medio ambiente, adecuar el diálogo entre la creciente globalización y la identidad local, la búsqueda de nuevos me­canismos de participación y toma de responsabilidad por la ciudadanía, el compromiso intergeneracional para un futuro mundo mejor y, la preminencia de la persona sobre cualquier otra consideración política, económica o social.

En la construcción de ese marco, quiero destacar la especial relevancia que cobra estimu­lar el papel de las empresas como elemento transformador del modelo social imperante, ya que son, en mi opinión, uno de los principales instrumentos para generar un nuevo orden económico mundial. Este nuevo rol de la empresa debe combinar de manera adecuada la búsqueda permanente de la capacidad de competir adecuadamente en los mercados internacionales con la generación de un proyecto compartido para las personas de la empresa a través de configurarse como una auténtica empresa participada, que adopte las normas de conducta establecidas por sus protagonistas.

Aun cuando hay muchos autores que sostienen lo contrario, creo que todas las empresas, sea de manera explícita o implícita, poseen una ideología que preside el proceso por el cual definen su proyecto de futuro, establecen los mecanismos de toma de decisiones y su praxis diaria, tanto en lo que hace referencia a su gestión interna, como en las relacio­nes con los agentes vinculados tanto de naturaleza interna como externa . Algunos consideran esto un problema a resolver, pero para mí es lo que las hace vivas, humanas y transformadoras.

Es por ello que se hace imprescindible contar con empresas y empresarios comprometidos con la generación de proyectos sostenibles en el lar­go plazo, generadores de dinámicas de distribu­ción de rentas lo más equitativas posibles, vin­culados con el desarrollo del territorio, competitivos frente a la creciente complejidad del entorno internacional. No nos podemos permitir el lujo de prescindir, o de limitar el desarrollo de la capacidad empresarial de nuestro entorno.

El marco ideológico en el que se articulan todos los ejes de gestión de la empresa se sus­tenta en conceptos tales como la identidad de la organización (cimentada sobre los acontecimientos que le ha correspondido vivir, es decir, una interpretación del presente en función de sus accionistas, sus trabajadores, sus clientes, sus productos, su filosofía, su inserción en la sociedad en la que realiza su actividad, etc. y, sobre todo, la vertebración al futuro de su proyecto), el código genético, los principios orientadores de su estrategia, los valores propios, el papel que desempeñan las personas en la organización, el modelo de responsabilidad social que utiliza, etc.; conforman un marco ideológico en el que se articulan todos los ejes de gestión de la empresa.

Este marco ideológico empresarial, es además, uno de los elementos de diferenciación clave frente a los competidores. En este sentido quiero destacar uno de los factores dis­tintivos: la generación de mecanismos de participación de las personas en la organización para rentabilizar todo el potencial acumulado. Casi todos los principales pensadores del management coinciden en señalar que «la articulación de nuevos modelos de negocio en torno a la participación inteligente de las personas de la organización es la única fuente de ventaja competitiva sostenible en el tiempo» (Gary Hamel).

Creo que es un momento oportuno para que instalemos en nuestra sociedad una praxis de gestión empresarial que facilite la toma de participación de los trabajadores en la empresa. Existen multitud de fórmulas: cooperativas, empresas de economía social, em­presas que facilitan la participación en el valor generado por el conjunto de la organiza­ción, participación de los trabajadores en el capital social, cogestión, autogestión, etc.

Las organizaciones que fomentan la participación de los trabajadores en la empresa atesoran una serie de ventajas para garantizar la competitividad del proyecto empresa­rial en el largo plazo: generan un proyecto compartido entre los miembros de la orga­nización que facilita el proceso de gestión, tienden a fortalecer la sostenibilidad del proyecto empresarial, provocan una mayor asunción de responsabilidades en todos los ámbitos de la empresa, favorecen una mayor vinculación emocional con el proyecto, democratizan la organización, establecen un nuevo marco de relaciones personales y laborales no basado en la confrontación, sino en el trabajo compartido, garantizan mayores niveles de transparencia y corresponsabilización, etc. La lista de los beneficios es muy extensa.

Desde mi punto de vista, la empresa participada se estructura sobre la base de un propó­sito estratégico que incorpora un proyecto de futuro, claramente definido y compartido por las personas de la organización, que no puede ser de naturaleza estática, ni totalmen­te determinado, sino que deberá alinearse con un sentido de dirección ambicioso que facilite el proceso de toma de decisiones, la participación de las personas, y que servirá de marco para las relaciones con otros agentes socioeconómicos con los que mantiene relaciones la organización.

Yo creo en el concepto de la empresa como una comunidad de personas. Cómo dijera Manu Robles Arangiz (Fundador y Presidente de ELASTV): «Las empresas son comu­nidades de personas integradas en otra comunidad. Cada uno de sus miembros aporta en función de sus capacidades a un proyecto compartido. La principal obligación de nuestra comunidad es vertebrar un proyecto de futuro que sea capaz de competir gene­rando riqueza en todos los ámbitos en que se involucre».

Cada empresa debe identificar los rasgos esen­ciales sobre los que formula su Comunidad o Empresa Participada en aspectos tales como la propiedad, el reparto de las rentas, los mecanis­mos de participación, los factores de la demo­cratización de la empresa, las normas de com­portamiento, sus vinculaciones con el Territorio y todos los agentes relacionados, o sus esquemas de gobernanza. No hay reglas fijas, ni caminos replicables; cada una debe establecer su propio mecanismo de articulación de la participación.

Para concluir, me gustaría trasladar algunas re­comendaciones generales para quienes quieran profundizar en el camino de configurar una em­presa participada en el futuro. Estas ideas se sustentan en mi propia experiencia profe­sional y en conversaciones con numerosos directivos empresariales:

  • Hagan compatible la búsqueda de una transformación empresarial sobre la base de la participación de las personas con la necesidad de potenciar la sostenibilidad de su modelo para competir en los mercados en los que opera.
  • Eviten la tentación de imitar o la moda para abordar el proceso. Cada empresa es única, tiene su propia identidad y, por lo tanto, su modelo de participación debe ser único e intransferible. Aprender de los demás es importante, pero hacerlo con los ojos de la propia realidad empresarial es fundamental.
  • Intenten involucrar al máximo número de personas de la organización en el diseño de su modelo de participación para adecuarlo a las aspiraciones propias, que permiten generar una implicación en el proyecto compartido.
  • Favorezcan la democratización real de la empresa. El hecho de tener participación en el capital no implica que el modelo de participación sea democrático y eficiente. Tenemos que generar mecanismos de participación en gestión, transparencia plena, comunicación permanente, etc.
  • Determinen un modelo adecuado de distribución de las rentas generadas por la em­presa. Además de un reparto equitativo de la masa salarial, un modelo de participación deberá contar con mecanismos que faciliten la participación en resultados y en el valor generado por la organización.
  • Trabajen para potenciar los valores sobre los que se sustenta el marco que favorece la empresa participada: generosidad, corresponsabilización, exigencia, cooperación, compromiso intergeneracional, apertura, transparencia.

Debemos reforzar el sentido aspiracional de nuestra organización, y dotarnos de un proyecto compartido de futuro que movilice a las personas de nuestra empresa, con un proyecto empresarial que tenga un sentido de vida propio, coherente con su historia, sus realidades y su proyección de futuro.

Contribuir al fortalecimiento de los pilares de la identidad de la organización posibilita consolidar el proyecto empresarial, genera un más elevado nivel de coherencia en el proceso de toma de decisiones y en las actuaciones de todos los profesionales de la em­presa, determina una imagen de empresa altamente reconocible por todos los agentes del entorno, proporciona un marco más favorable al compromiso de las personas que con­tribuye a generar un mayor sentido de comunidad entre sus miembros, favorece la im­plantación de estrategias de largo plazo, y facilita un diálogo más enriquecedor con el entorno.

Las personas están en el centro de estas transformaciones que, más pronto que tarde, deberemos ir explorando. Trabajar sobre la identidad de la organización contribuye a devolver a éstas la responsabilidad de ser soberanas de su futuro. Es momento de actuar, tenemos que hablar menos de lo importante que son las personas como activo de la or­ganización, para pasar a generar empresas más humanas, más solidarias, más participati­vas, más equitativas.

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