El pasado no es un lugar en el que todas las cosas fueron mejores: es el único lugar al que a buen seguro, no regresaremos. Nuestra responsabilidad está en el futuro, y para poder estar en la línea de salida en buena posición, conviene desarrollar ciertos hábitos: trabajar las conversaciones, dentro y fuera de las organizaciones; observar con el objetivo de entender. Servirá, cuando menos, para vivir presentes más ilusionantes, y futuros donde merecerá la pena vivir. Si vamos a vivir en la fantasía, qué ésta nos ayude a imaginar y hacer posibles, desde hoy, las realidades que queremos vivir mañana.
Hace un tiempo me contaron una historia que, si no lo fuese, merecería ser cierta. Dicen que en los peores momentos de su cautiverio, los prisioneros de los campos de exterminio nazi decidieron organizarse para poder mantener la cordura. Se conjuraron para actuar como si la realidad no existiese, como si la pesadilla fuese un paréntesis efímero que caería, como el día, al llegar la noche. Como dicen los anglosajones, AS IF. Fuera de la mirada de sus carceleros y torturadores, en la intimidad compartida de sus barracones se comportaban como lo hubiesen hecho fuera de las alambradas. Los más pequeños fingían jugar con juguetes inexistentes, y los mayores comentaban noticias antiguas, imaginaban sus discos girando o leían libros que no ardieron, mientras degustaban el té amargo de la tarde, en tazas vacías. La evocación de este juego, a buen seguro, les traerá a la memoria el recuerdo de la impresionante «La vita è bella» de Roberto Begnini (1997); si aún no la han visto, háganse el favor. Unos años y muchas penurias después, un grupo de habitantes de Berlín Este volvió a simular esta ficción. AS IF, decidieron vivir como si realmente no existiese el Muro que dividió la ciudad y el mundo hasta hace sólo unas décadas. «Vamos hasta el Prenzlauer», decía Elsa ante la pared que cerraba su paso. «Mejor mañana», respondía Klaus, «se ha hecho tarde y empieza a refrescar». En sus mentes no existía el hormigón, ni los controles permanentes, ni los amigos desparecidos. Sin embargo, existía la libertad, porque podían fingirla, al menos en esos ratos de juego. Con el atardecer, como lo habían hecho años antes, Elsa y Klaus volvían sobre sus pasos, seguidos por la mirada de los soldados apostados sobre el Muro, no sé si divertidos o desconcertados.
Vivir contra la realidad es en última instancia imposible, pero ¿quién puede resistirse a esta tentación cuando todo a nuestro alrededor se derrumba y pierde su sentido? Cuando las cartas de navegación ya no sirven, porque nos toca viajar por mares no cartografiados, la ensoñación del puerto y su cobijo suele ser tan atractiva…
¿Vivían en la ilusión o en el engaño?
Por mi actividad profesional, comparto conversaciones con personas que, tal vez de forma inconsciente, vienen reproduciendo este AS IF, esta trampa terapéutica que nos permite actuar como si las cosas no hubiesen cambiado. Se aferran al recuerdo de tiempos en los que las certidumbres eran las más, y las dudas o necesidades de adaptación, las menos. En sus palabras, el pasado es un lugar idílico, aunque todos sabemos, por experiencia propia, que no existió ese pretérito perfecto, aunque quede su recuerdo distorsionado.
El responsable de Desarrollo de Negocio de una importante firma vasca me comentaba hace unos días, con una triste ironía, que en su departamento todos esperan el titular de prensa que anuncie la vuelta a la normalidad, es decir, el regreso de los tiempos en los que cada uno sabía qué hacer, cómo hacerlo, en qué plazo y con qué expectativas de resultados. Business as usual, me decía, con un cierto tono de nostalgia. ¿Fue realmente así el tiempo anterior a esta larga crisis? ¿Fue en algún momento fácil? Las tasas de desempleo de los años 80, por poner un ejemplo, nos dicen que no, pero a estas alturas, hemos interiorizado un recuerdo tergiversado de lo que ocurrió, de lo que vivimos, y lo usamos como relajante emocional. «Si cualquier tiempo pasado fue mejor, finjamos vivir en tiempos pasados. Soñemos con su regreso».
¿Volverán los tiempos de las certezas? No lo veo posible. Sin pretender ser exhaustiva, y menos aun remotamente científica, me atrevo a compartir algunas señales que me indican que el tiempo futuro será distinto al que hemos transitado hasta la fecha. ¿Cómo de distinto? Desde mi posición de mera observadora de la realidad, con la libertad e inconsciencia que a dosis equiparables esto me otorga, escribo en voz alta sobre algunas inquietudes que me rondan por la cabeza. No pretendo fijar tendencias, sino compartir reflexiones.
Primera inquietud: «¿Qué es virtual y qué es “real”?». Eso que venimos llamando economía digital es una transformación en toda regla. Y no es una promesa de futuro. Como suele decir con impagable claridad y acierto Genis Roca (una de las personas más influyentes en este tema en España, y fantástico conversador), nunca en la Historia de la Humanidad, ambas con mayúsculas, hemos asistido a una transformación simultánea en los medios de producción y en los medios de transmisión del conocimiento. No hay vuelta atrás. Nos ha tocado en suerte vivir el «cambio perfecto», equiparable al salto del Paleolítico al Neolítico, al cambio de los manuscritos a la imprenta, o del carbón a la alta conductividad; y todo de forma simultánea, todo ello difundido a escala mundial en tiempo real. Profundidad y velocidad, dimensión y alcance. Todo a la vez.
La ventaja competitiva tecnológica es su primera variable. ¿Cómo afectará a nuestra industria? Las economías que más han avanzado en este viaje van fijando sus coordenadas en las nuevas cartas de navegación: Big Data, Fabricación Aditiva, Robótica Colaborativa, Sistemas Ciberfísicos, Cloud Computing… Las tendencias cobran fuerza en un horizonte cada vez menos lejano, con el nombre, por ahora, de Industria 4.0. Una producción excelente, incluso a un precio razonable, no parece ser ya garantía de éxito. Las distintas tecnologías, y la combinación variable de todas ellas, van a generar una nueva era industrial, en la que países como el nuestro deberían apostar por tener nombre propio. De lo contrario, solo nos quedará la opción de formar parte del extenso mercado de producción low cost. El reto no es sencillo, ya que las evoluciones tecnológicas, por sí mismas, no garantizarán el éxito de este viaje si no contamos con las personas capacitadas para entenderlo y dirigirse en estas aguas turbulentas.
Segunda inquietud: «Somos lo que compartimos». Los nuevos modelos de relación, facilitados en gran medida por la tecnología, han abierto las puertas a un binomio colaboración-cooperación que está alumbrando nuevas realidades, a veces difíciles de entender en este estadio tan reciente. Aplicar la mirada de la cooperación competitiva a la cadena de valor de cualquiera de nuestras industrias ofrece grandes posibilidades de co-creación de nuevos negocios, productos y servicios, en los que todos los agentes están llamados a jugar varios roles de forma simultánea. Los procesos lineales, la hermosa simplicidad de la fórmula «oferta y demanda a precio fijo» van perdiendo peso de forma inexorable. Será necesario redefinirnos en cada uno de estos roles, tanto las personas, como las empresas y los territorios, porque también la relación público-privada se está viendo afectada por esta evolución. Los mercados cerrados, las empresas encerradas en sí mismas, o reacias a la cooperación con otros, (también las personas y los países) deberán aprender a descifrar las oportunidades de negocio de una economía cada vez más colaborativa. También a adelantar los riesgos que ésta supone, como es evidente.
Tercera inquietud: «No me vendas: sedúceme». Si los mercados son conversaciones, como defendió hace ya unos años el «Manifiesto Cluetrain», las empresas están obligadas a compartir un lenguaje común, a escuchar antes de hablar, y sobre todo, a entender qué quieren los consumidores, cómo lo quieren, cuándo y dónde. No es evidente de qué forma funcionará esta nueva relación, cuánto de fuego de artificio tienen las conversaciones a tiempo real, qué porcentaje de mensaje y cuál de cháchara. Sin embargo, creo que es evidente que las tendencias que marcarán las pautas de relación, consumo, inversión e interés de las y los ciudadanos ya no residen en estudios de opinión o de mercado (o no de forma exclusiva): están expresadas, de una u otra forma, en las ingentes cantidades de información y demandas que diariamente vuelcan a través de los medios de difusión que han conquistado con la tenacidad de millones mensajes diarios. Saber extraer valor de estas informaciones es un reto, y es por lo tanto, una oportunidad.
Cuarta inquietud: «No quiero una empresa: quiero un proyecto». A pesar de que los datos del desempleo son obstinados por estos lares, ser capaces de atraer a las personas más capacitadas y capaces para nuestros equipos será, más que nunca, una tarea de máxima prioridad. Y dependerá, en gran medida, del interés de la oferta que seamos capaces de realizar. Las organizaciones se están transformando, y deberán avanzar en este camino si quieren ser, como sería deseable comunidades de personas que comparten objetivos, aspiraciones y valores. Es descorazonador escuchar, una y otra vez, las quejas de tantas personas insatisfechas con sus carreras profesionales, en las que difícilmente encuentran más satisfacción que el salario a fin de mes. Menos es nada, podríamos argumentar. Cierto, pero en este caso, en la motivación de las personas, creo que «más lo puede ser todo».
Quinta inquietud: «¿Dónde están nuestras empresas?». Economía digital, o economía de la cooperación, empresas abiertas, empresas aprendices, economía del bien común. ¿Cómo vamos a surfear por estas nuevas olas, que ya están en nuestras costas? Cuando menos, creo que merecerá la pena disponer de un modelo de exploración sistemática de todas estas nuevas propuestas de valor, que en otros entornos están dotando de un gran dinamismo, entre otros, a los sistemas de emprendimiento. Una oportunidad para la colaboración público-privada, tan reclamada, tan necesaria. Y para el intraemprendimiento, para despertar al afán por crear desde dentro de las organizaciones y empresas, donde el potencial para generar empleo, riqueza y valor es más alto.
En mi defensa recordaré que esta breve enumeración de señales no pretende más que balizar el camino, como las baldosas amarillas que conducen a la Ciudad Esmeralda. Son los vientos de cambio que percibo a mi alrededor y que, salvo en honrosas excepciones, no encuentro en el lugar en el que les correspondería en las agendas de las organizaciones con las que suelo encontrarme. Al contrario, abundan los planteamientos que simplifican los impactos de esta transformación y fían el futuro al regreso de tiempos en los que las variables del mercado nos resultaban confortables. AS IF.
Dicen que el mejor momento para transformar una organización fue hace un par de años. Lo mismo podría decirse de un país, y de cada uno de nosotros y nosotras. Aun asumiendo que siempre llegaremos un poco tarde en esta carrera por estar preparados para hacer frente al futuro, creo que desarrollar en las organizaciones ciertos hábitos puede ser una buena receta para estar cerca de la línea de salida. Toca apretar el paso, porque otros (empresas, países y personas) ya lo están haciendo. Trabajar las conversaciones, dentro y fuera de las organizaciones, observar con el objetivo de entender (del latín, intendere, tender, dirigir) y sistematizar estas prácticas pueden ayudarnos a vivir presentes más ilusionantes, y a construir futuros donde merezca la pena vivir. Como lo son todos, el resultado es incierto, pero el viaje merecerá la pena, sin duda alguna.
Vivir aferrados al pasado, y más aún cuando éste ni tan siquiera fue como lo recordamos, nos impide soñar con libertad. Frente a las incertidumbres del presente, la única seguridad con la que contamos es que pronto habrán perdido sentido, porque serán pasto del pasado. Puestos a vivir en la fantasía, que ésta nos ayude a imaginar, y hacer posible desde hoy las realidades que queremos vivir mañana. Vivamos y trabajemos como si hoy fuese el día en el que las alambradas de la crisis o los muros del desempleo ya no existen. AS IF.
Escrito por Pilar Kaltzada.
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